Valga una vez más lo que hemos dicho en tantas oportunidades: detrás del servicio se ordena todo el juego de Juan Martín Del Potro. El concepto sirve para la acción de ayer cuando venció al español David Ferrer y, también, para sus casi dos semanas en Wimbledon. Solo ha perdido dos veces su saque. Solo entregó dos oportunidades de ser quebrado contra Ferrer, uno de los mejores del mundo jugando a la devolución.
El triunfo tiene muchísimo valor en diferentes aspectos. El más lineal es el efecto inmediato: contra Novak Djokovic (derrotó por 7-6, 6-4 y 6-3 al checo Tomas Berdych), y después de casi cuatro años, volverá a jugar una semifinal de Grand Slam.
Mirando un poco mas allá, este triunfo puede ser el punto de partida para enderezar una temporada que, hasta su llegada a Londres, lejos estaba de ser destacada. Ferrer es un jugador que lo incomoda. Así, la victoria puede ser un largo trago con sabor muy dulce. Y espiando un horizonte aun más lejano, su carrera tendrá en este día, la referencia de esa vez en la que su rebeldía y su deseo lo llevaron hacia adelante. Su respuesta técnica, física y fundamentalmente anímica tras el resbalón y el problema en la rodilla durante el primer game, no dejó margen para ningún cuestionamiento.
Dicho esto y destacado ya el saque como la medida integral de su juego, valen unas líneas para su drive. El del último impacto y el de tantos en el partido. La muñeca estuvo suelta, la velocidad del aro de la raqueta fue inmejorable, y la pelota se convirtió cada vez, en una bala imparable.
Del Potro esta en semifinales. Desde muy joven su destino pareció marcado. Otra vez, la historia grande lo recibe como protagonista. Y, jugando como ayer, todo se puede. Todo, sí. Incluso si el rival es Djokovic.